Brook

En los jardines de la Villa Imperial de Katsura, en Kioto, hay un camino de losas de piedra que alguna vez viajaron los emperadores: filósofos, expertos monjes y poetas. Cada piedra corresponde a un paso y en cada paso corresponde un desplazamiento del punto de vista. Este camino consiste en mil setecientas dieciséis piedras, que corresponden a mil setecientos dieciséis puntos de vista. El camino de piedra de la Villa Imperial de Katsura es, por lo tanto, un dispositivo inteligente para multiplicar el jardín. Recordé una astucia esernpio (o sabiduría) Este me parece que también está lejos de la sabiduría (o astucia) del escultor Federico Brook que permite al espectador a multiplicar con el movimiento de los puntos de vista de sus esculturas móviles en nubes forrna.
Pero, ¿estamos realmente seguros de que las nubes de ónix o bronce de Federico Brook son nubes? Al «lector» de una obra de arte ya no se le permite ser tan ingenuo como para rendirse frente a las apariencias, y es tan ingenuo tomar literalmente la forma «desnuda» propuesta por el artista. Hemos aprendido que la interpretación puede dilatar las apariencias de una obra y enriquecerla con significados hasta anular sus estatutos formales, a veces a pesar del mismo autor. Si decimos que una nube es una nube es una nube es una nube, de acuerdo con el esorcisrno literario conocido, eso es ya la tercera repetición de la nube es otra cosa, se convierte en una metáfora de sí mismo llevando trozos de inconsciente. Por un momento tratamos de cerrar los ojos y preguntarnos en la oscuridad donde ya hemos visto estas nubes gelatinosas sostenidas por obeliscos negros o columnas sólidas de materiales terrenales. ¿Pueden descartar ligeramente que no hayan aparecido en nuestros sueños, que no son una de las muchas materializaciones de nuestras pesadillas?
Una lectura simplemente realista, una rendición frente a las apariencias, corre el riesgo de falsificar y deprimir la ambigüedad fundamental de estos objetos de arte. Si nos contentamos con decir que las pinturas metafísicas de De Chirico simplemente representan maniquíes colocados en el medio de las casillas, nos equivocaríamos ante la inteligencia del pintor y la del espectador. ¿Qué diferencia si estas esculturas de Federico Brook pueden aparecer como nubes o, en una segunda lectura, como flores? Y todavía no sé si las intenciones del escultor son provocar al espectador con trompe-l’oeil o alusiones sexuales subliminales. El juego de las ambigüedades es parte de nuestra cultura que ahora ha asimilado la ola de probabilidad de la física post-aristotélica con todas sus contradicciones fundamentales.
Alguien dijo que en el arte, las fijaciones cuentan más que las ideas. Federico Brook evidentemente tiene una idea fija. Después de un período de esculturas espaciales, de planetarios metálicos, mantuvo su mirada hacia arriba, pero trató de circunscribir su imaginación, para darles una forma más cercana y más concreta. Pero cuando pone su concreción en las nubes, tal vez hayamos captado la profunda paradoja de su escultura, aparentemente tan feliz, aireada y tranquilizadora. ¿Qué es menos concreto, más móvil y más volátil que las nubes? Sin embargo, el mármol o el bronce utilizado por el escultor no traiciona la naturaleza aireado del sujeto, en lugar destacado y este es uno de los milagros (o paradojas) que componen estas obras tan mágico e inquietante. Hasta el punto que parece legítimo uno sospecha extrema con la que las nubes lc escultor querían darnos una representación irónica (irónico?) De la inconsistencia y la inutilidad del mundo y de los seres humanos que lo habitan. Una interpretación que nos llevaría demasiado lejos y que acabaría disolviéndose con la aparición del primer rayo de sol. Por lo tanto, mejor para acariciar estas nubes, tocar estas superficies suaves y sensuales sin ser seducido por las abstracciones negativos que sugieren, incluso si el fantasma de Jorge Luis Borges, un amigo y compatriota Fedcnico Brook, nos puede llevar a una consternación inmediata y disipación.
Estamos acostumbrados a leer en las nubes un vasto repertorio de figuras: caballos, dragones, albeni, ángeles, pájaros, carruajes. Nunca finiscc leído en el libro de los cielos, no sólo las nubes, tan cerca de nuestra imaginación, sino también las constelaciones más distantes ennoblecido por nombres fantásticos como Coma Berenices, la Osa Mayor, la Osa Menor, el Centaur , Orione, Cassiopeia. Cité estas constelaciones distantes porque el inconsciente debe haber guiado la mano del escultor cuando, en las nubes de ónice blanco, formó un estupendo cometa de ónice rosado sostenido por un ligero tronco metálico. Aquí, esta figura, probablemente inspirada en el cometa de Halley, nos lleva a huir mucho más allá de las nubes, en los espacios de la astronomía.
Por tanto, podemos decir que Federico Brook esculpe las nubes hermosas ónix o bronce, también possiarno decir que esculpe flores fantásticas y nincorre cometas o lluvia, pero sabemos que esta lectura no da cuenta de la dimensión metafórica de sus obras, los significados que cada uno de nosotros puede prestar a esas imágenes, porque las obsesiones del artista son nada más que la proyección de nuestras fijaciones que toman forma y se materializan bajo sus manos.
Todavía podemos preguntarnos sobre los infinitos puntos de vista de una forma que gira sobre sí misma y lee todas nuestras afinaciones y nuestros sueños. Con mármol y metal Federico Brook logró ampliar nuestra immaginazionc Ia hacernos Sognane como imperatoni filósofos, los monjes sabios o poetas dcll’antico Japón, para realizar uno de los milagros que ninnovano cada vez que nos enfrentamos a manifestaciones arcanas del arte.

 

Luigi Malerba